Propósito y mucha sed
Todos tenemos ese momento en el que no entendemos qué hacer con los sueños, algunos desisten, otros lo intentan, otros los cumplen y otros fracasan. ¿Algo en común? Hay mucha sed en el proceso para cumplir ese propósito personal.
Cuando somos conscientes de que Dios nos prepara para llegar a la meta, comenzamos a ver sus deseos y propósitos, es ahí cuando aprendemos a saciarnos. Ser consciente es entender que en ese camino a la meta Dios te está tratando para fortalecerte en tus debilidades y sanar tu corazón lleno de miedos, dudas, preocupación, insuficiencia, etc.
La Biblia tiene buenos ejemplos de personas tratadas en el recorrido y cómo cada uno responde ante la dirección y tratos de Dios. Tal es caso de Abraham, quien desde Génesis capítulo 12 hasta el 22, se muestra a un hombre en preparación para cumplir un propósito mayor que no entendió en su finita mente humana: el sacrificio de lo que más amaba.
Dios lo sacó de su zona de confort, firmó pacto con él y lo llevó al extranjero; en todo hubo respuesta de fe, pero también mentiras, preguntas, impulsos y dudas de parte del «padre de la fe»; sin embargo, llegó a una meta que simbolizó el sacrificio, salvación y resurrección de Jesús, con el sacrificio de su hijo Isaac.
Tengamos presentes que Dios cumplirá el propósito que tenga contigo y es durante tu vida que Él irá tratándote, aunque no entiendas ahora la manera en cómo lo hace. Él te capacitará y te saciará en todo el camino de fe.
Un largo camino, una corta paciencia
Entre el comienzo y la meta hay un proceso que sirve de crecimiento, tu carácter en ese recorrido se va refinando poco a poco. Me surge una pregunta: ¿has meditado en cómo asumes ese camino para llegar al propósito? Dios nos regala una palabra clave: Paciencia.
Lo natural en ese recorrido es dejarnos mover por varios enemigos: ansiedad, irritación, preocupación, malas interpretaciones de nuestro propio corazón, etc; pero cuando recuerdo que “todo obra para bien”, entiendo que no hay nada que pueda sucederme en lo que Él no me provea de paciencia para soportarlo y, sobre todo, superarlo para edificarme mucho más. Su proceso es transformador.
Hay algo clave en esta palabra, y es que perseveras con un corazón gozoso. ¡Wow! Esto parece difícil en nuestra mente natural, pero es motivador saberlo. Ante esos pensamientos destructivos detente a pensar: ¿qué ha permitido Dios en el proceso de mi vida que yo haya asumido con paciencia?
En Él tendré gozo para un largo camino que amerita paciencia.
Una humildad atada al cuello
Cuando andamos en ese camino de preparación hacia un propósito pueden aparecer sutilezas que alimenten a ese terrible, pero natural adversario que tenemos por dentro: nuestro ego, al punto de estorbar el crecimiento. Una manera poderosa para someterlo nos la da el Espíritu Santo, se trata de la humildad.
Cuando vamos creciendo en este proceso nuestro propio corazón tiende abandonar, levantarse con prepotencia, sentirse menos o más que alguien, incluso, llegar a creer que no necesitamos a Dios. Con la humildad apreciaremos más este recorrido, disfrutaremos pensar que el prójimo es importante, viviremos confiados en esos tratos de Dios que muchas veces no entendemos.
En nuestros procesos hay motivaciones egoístas de nuestro corazón, pero siempre que la humildad someta al ego, las motivaciones comienzan a cambiar. Te pongo esta metáfora: Un caballo agresivo se le controla atándole una cuerda al cuello para frenarlo, así debemos atarnos la humildad al cuello para someter a ese animal agresivo que tenemos por dentro: nuestro propio ego
Recuerda algo: esta humildad debe ser de corazón y se manifestará visiblemente con una actitud de mansedumbre. Por eso tenemos una invitación tan hermosa que hizo Jesús: “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas.” Mateo 11:29. Toda una promesa para andar en este proceso descansados y confiados en que Él es quien nos trata con amor.
El amor que sana tu mente
Cuando llegamos a la fe comenzamos a cambiar de perspectiva, se trata del Espíritu Santo luciéndose en la tarea de transformarnos, pero en ese proceso muchas veces flaqueamos, tememos, nos intimidamos, pero tres virtudes necesarias para combatir esas emociones son la valentía, el amor y el dominio propio.
Un personaje espectacular que vivió tensos sentimientos al punto de olvidarse de su rol en el camino fue Timoteo. Pablo alentó a su hijo en la fe a que recordara que “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” 2 Timoteo 1:7. Aquí Pablo usó tres herramientas muy útiles a la hora de combatir el miedo, presión e intimidación.
La primera es valentía o poder, en su texto original se usa la palabra dúnamis, traducida como capacidad, fuerza o coraje. Un espíritu de fuerza, te dará la valentía para soportar las pruebas, la firmeza ante la presión de tu entorno y coraje para vivir tu fe en donde sea que estés.
El amor es el primer fruto del Espíritu, más que un sentimiento es la capacidad de no darle lugar a la desesperación y rechazo hacia los demás, sino de sentir lo que el otro vive y entender su proceso, sus tiempos, sus ritmos sin parar de cuidarlo y enseñarlo. Si te desanimaste como Timoteo porque aún ves en tu entorno a tus seres queridos alejados de Dios, ¡no te detengas! Sigue siendo ese líder que lleve el mensaje con amor.
De vuelta al corazón de Dios
Pablo dijo en Romanos 8:38-39 que: “(…) ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” Si no ha queda claro, lo diré básicamente: No hay nada que te separe de su amor.
Dios es amor en sí mismo, por lo que no amar sería negarse a sí mismo. Ahora bien… ¿y si yo lo dejo de amar a él? ¿Y si soy yo quien decide alejarse de Él con malas decisiones? Sí, solemos caer fácilmente en una consciencia dormida que nos lleva a no mirar a Dios en todo y a perder de vista el valor que tenemos en Él.
Es en momentos de una consciencia dormida cuando le damos más fuerza a los vicios intensos, a las emociones incontrolables y a los pensamientos desagradables. ¿Pero sabes qué es lo más especial de todo? Que Dios siempre tendrá una invitación vigente a que vuelvas a su corazón.
La palabra volver en hebreo es SHUV, significa volver a un punto inicial, al origen, al comienzo. Esta definición me parece tan apropiada porque describe el arrepentimiento real de aquel que vuelve otra vez al corazón de Dios.
En todo el proceso veremos sus tratos y, aunque a veces no entendamos sus maneras, el Espíritu nos dará propósito, paciencia, humildad, amor, fuerza y dominio propio para volver al corazón de Dios, el lugar de donde nace su gran amor.
Te animo a vivir este recorrido de fe hacia el propósito que Él tiene para ti
Reflexionemos juntos:
1: ¿Por qué cosa específica quieres agradecer hoy en este camino de fe?
2: ¿Qué reta tu fe y cómo lo manejas?